LA NOVICIA...


La novicia Fortunata
rezumaba pataletas,
era lista y pecosilla
y podía ser abeja.

Aprendía que las sumas
eran fruto de las restas
si sisaba a las hermanas
aumentando su despensa.

Con el cálculo no iba,
prefería estar atenta,
a cocientes reductores
de los postres y reservas.

Sí soñaba, como niña,
y lo hacía en hamburguesas,
en helados mantecados
relamiéndose su lengua.

Pero el fruto del colegio
era el rezo y la clemencia,
consiguiendo las virtudes
de la orden y las siervas.

Fortunata, con buen tino,
ya soñaba con revueltas,
con azañas infantiles
en su mundo de inocencia.

Y abusando de su estado
era niña y era estrella,
una niña abandonada
con la estrella en su mollera.

Avanzaba en los estudios,
paso a paso y letra a letra,
aunque odiaba los latines
y quería ser maestra.

Sin embargo, ya sabía,
que sería cocinera,
la del cuento y el relato
con sus ropas harapientas.

Una hermana quisquillosa
la insultaba con largueza,
pellizcaba sus carrillos
y decía que era lela.

Fortunata no lloraba,
no quería que la vieran,
ni quería ser la escoba
de una triste Cenicienta.

Es por eso, que una tarde,
decidiera ser princesa,
olvidándose de hábitos
y de toca en su cabeza.

Rompió libros, saltó tapias,
y emprendió veloz carrera,
con los sueños infantiles
hacia un mundo sin fronteras.

Se libró de cumplimientos,
de maitines y novenas,
de los rezos y rosarios
por los santos y profetas.

Y así fue, sin proponerlo,
aquel cambio que hoy se observa,
de novicia en un convento
a ser musa de un poeta.

"...La novicia Fortunata
era hermosa y era bella,
era el rostro arrebolado
y era el verso de un poema..."

Rafael Sánchez Ortega ©
18/01/15

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