LLEGUÉ...



Llegué, a pesar de todo,
sudado y muy cansado,
las piernas no eran mías,
y el cuerpo estaba raro.

Sentía que otras fuerzas
llevaban a mis manos,
tu nombre y tu recuerdo
brotaba de mis labios.

Te dije que te amaba
tumbado en un recuadro,
la estampa pintoresca
del hombre derrotado.

Por eso fue la brisa
que vino de otros campos,
la fuerza misteriosa
capaz de aquel milagro.

El sol caía a plomo
fundiendo los tejados,
y allí, sobre la sombra,
buscaba aquel descanso.

Y tú me lo ofreciste
y así surgió el relato,
de ir hacia adelante,
camino y paso a paso.

Me diste la energía,
el soplo y el regalo,
sintiendo la ternura
dejada por tu abrazo.

Y así seguí la marcha
sudando por los rayos,
de un sol tan inclemente
traidor y muy borracho.

Si pienso en este día
no olvido tu regazo,
en él me protegiste
y pude superarlo.

Rafael Sánchez Ortega ©
28/06/15

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