RECUERDO AQUELLA NOCHE...


Recuerdo aquella noche por lo especial que fue.
La cena cara a cara, la tierna sobremesa,
el café que apuramos,
la copa paladeada hasta la saciedad
mientras nos mirábamos una y otra vez,
como si fuera la primera ocasión
en que nos encontrábamos a solas.


Un poco más tarde unimos nuestras manos
y salimos al paseo,
queríamos seguir bebiendo en la intensidad de la noche
y fuimos a saciarnos del salitre en la barra cercana,
aguantamos el rocío que empezaba a caer de unos cielos
en los que tiritaban las estrellas
y saciamos nuestros labios con un beso interminable.


Luego te tomé por la cintura y caminamos en la vuelta
por el sendero que lleva a la ribera.
Contemplamos los barcos atados a sus boyas en el puerto,
las luces del puente estirándose en las aguas,
como filigranas inquietas,
y escuchamos el ruido de nuestros pasos
que rompían la soledad y el silencio.


Queríamos llegar hasta el hotel, pero no teníamos prisa.
Había una larga noche por delante,
teníamos una vida que nos parecía eterna
y nosotros caminábamos con la sonrisa en el alma,
ajenos a todo lo que nos rodeaba,
pero a la vez inmersos en ese latido
cada vez más acelerado de nuestros corazones.


Sabíamos que estaba a punto de llegar el momento decisivo,
aquel en que nuestras almas tendrían que enfrentarse
a la desnudez de los cuerpos,
y sin embargo no temblábamos por eso,
no había miedo ni tampoco prisa.
Queríamos vivir aquellos instantes, hacerlos eternos,
inmortalizarlos en nuestros recuerdos
sintiendo todos los segundos
y sacando de los mismos la más pura esencia.


Quizás por eso y por todo lo que pasó,
recuerdo aquella noche por lo especial que fue,
y ahora, al recordarla simplemente sonrío y sin querer,
mi corazón late aceleradamente
y un suspiro llega hasta mis labios.


Rafael Sánchez Ortega ©
30/04/12

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