AFUERA SE QUEDARON LAS SANDALIAS...


Afuera se quedaron las sandalias
cubiertas con el fango y por el lodo,
el piso desgastado de las suelas
reflejan tantos pasos espinosos.

Adentro, en la posada, el peregrino
termina su comida con gran gozo,
el plato con la sopa tan caliente
anima los colores de su rostro.

Entonces, cuando sacia su gaznate,
la copa con el vino tembloroso,
revive los momentos del pasado
y el tiempo que ha perdido en los arroyos.

Recuerda que ha perdido la inocencia,
el ciclo tan vital y del asombro,
los años de la escuela y del colegio
quedaron sepultados un otoño.

Recuerda que la vida es un instante,
segundos que se pasan en un soplo,
fragmentos de un presente que se aleja
e instantes de un futuro que es tan corto.

Sus ojos se adormecen en silencio,
mirando al infinito muy absortos,
quizás a ese mañana que no llega,
quizás a ese pasado que está roto.

No sabe dónde están las fantasías,
ni el bosque de las Hadas y los Gnomos,
ni sabe si ahora brillan las estrellas
o existen en el mundo los tesoros.

El velo que ha quedado en su memoria
es niebla transitoria de unos pocos,
aquellos que lucharon y perdieron
soñando con cometas y con globos.

Nostalgias de los días juveniles,
retazos de ese mundo de los locos,
los lazos que le unían a la luna
en cuentos con los cielos en agosto.

Por eso cuando suena la campana
llamando hacia la paz del refectorio,
se inunda la conciencia de ternura
y brisa, que sofoca los sollozos.

Apela el peregrino al poco tiempo,
y el mismo se diluye tan valioso,
que el beso sabe dulce y soñoliento
a un labio que ha pasado de reojo.

"...Afuera se quedaron las sandalias
y el paso más bien lento y sin adornos,
el cuerpo pide paz y un buen descanso
y el alma, el descansar sobre otro hombro..."

Rafael Sánchez Ortega ©
22/05/13

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