ES POSIBLE.


Yo tenía la esperanza
de encontrar en mis papeles
una estrella,
un recuerdo ambibalente de mi infancia,
pero no, allí no estaba.
Y al final tuve que ir a los rincones
del pasado a buscarla,
a encontrar en las cenizas agridulces
de mi vida ese ocaso prolongado
y la agonía de otra vida y un suspiro
que nació, no sé muy bien,
ni en qué lugar ni con que objeto,
y con deseos de grandezas
a buscar a las estrellas y sirenas
de una playa indefinida.

Sin embargo me encontré las marejadas
con las olas tan gigantes y robustas,
ese líquido bravío que salpica
y que se estrella por las costas,
destrozando los navíos
y llevando hasta la muerte
tantas vidas inocentes.

Pero todo se conserva en los cuaderno
que yo digo,
en los cientos de cuartillas
que destacan con su tinta
y proclaman mil palabras
y hasta hacen que las páginas sagradas
tomen forman y sus latidos
rompan siempre ese silencio prolongado
en que se encuentran.
Porque todo es poesía en ese acto,
en ese estado,
en el letargo inconfundible en que quedaron
tras formar tantas palabras
que decían muchas cosas coherentes
y en romper tantos cristales de las almas.

Hay un blanco al que disparan
y un objeto al que señalan.
Y es a mí,
a mi persona,
al presunto sabedor de tantas cosas
que confiesa su ignoracia
por aquellas más sencillas,
al sombrero de una humilde marioneta
que se mueve con el viento,
al pasayo que pasea por el circo de la vida,
con su eterno balbuceo,
proclamando las verdades
en que nadie ya se fía,
porque son frases sesgadas de una lengua
que es de trapo
y que pudo ser el canto del malvís
en un suspiro que trazaron los poetas.

Pero no, todos mis sueños se esfumaron
y bajé sin mis papeles a la calle,
a buscar en los rincones
las humildes lagartijas que buscaban los calores
de un verano que no llega.
El otoño que persigue con empeño
a mis pisadas
y me sigue tras las huellas,
como un hada más bien negra,
que no quiere separarse de mis huesos.

Y aquí estoy, con las tijeras
y el remiendo de unos trajes en desuso,
intentanto componer una esperanza,
unas frases sin sentido,
el esbozo sin igual de una locura,
un poema que no suene y que se muera
en poco tiempo,
ya que nadie es el culpable de esta suerte
que me toca.

¿Me pedías que te hablara sin pasión
y sin careta?...
Eso hago, no lo dudes,
y aquí están estas palabras,
estas frases,
y este aroma que no lleva ni esperanzas,
ni te habla del ocaso,
ni tampoco te menciona marejadas,
y se quedan con su tinta en la despensa
y ese vino, con aroma de tomillo,
que es el blanco que me tomo en un suspiro
mientras fumo mi cigarro y te contemplo.

Rafael Sánchez Ortega ©
26/05/14

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