NO QUISIERA...


No quisiera que los muertos
me llamaron con sus voces
silenciosas de ultratumba,
ni quisiera que los vivos
musitaran con sus labios
la palabra de mi nombre.

Es mejor que permanezca
en el olvido para siempre,
que me funda con las sombras
de otros seres condenados
a pasar inadvertidos.

Porque el hombre que se muere
se diluye con la tierra, lentamente,
se confunden sus cenizas con el barro,
participa, sin saberlo,
en un nuevo nacimiento
y resurgir del organismo y de la vida.

Y es así, porque el destino, así lo quiere,
y la vida con la muerte van unidas
en un lazo de rechazo y atracción inseparables,
para hacer que la materia no se extinga,
se renueve día a día,
con procesos misteriosos,
que preceden a los tiempos
y los hombres se pregunten
por qué están en este mundo
con las rosas y los lirios,
con los pobres y los ricos,
con mendigos y dementes,
y también la diferencia
que les une y les separa
de otros seres que les miran,
de las aves que pasean por los cielos,
de los peces que se esconden en los mares,
de los vientos que acarician con sus besos,
de la nieve que blanquea los cabellos,
del otoño, con su alfombra tan dorada,
que en las almas deja paz y tranquiliza
con su encanto irreverente.

Es por eso que no quiero que los muertos
me reclamen con sus voces,
y que pidan mi presencia
en este acto.
Quiero estar en el descanso y el olvido
simplemente,
en el viaje sin retorno
a ese mundo de los sueños
que en la mente me he forjado,
a ese Olimpo con su carga de utopía
que he leído tantas veces,
a ese bosque de las hadas y los elfos,
a ese sitio donde el niño
se confunde con el hombre
y la magia con la luz y la alegría
y es mejor cerrar los ojos,
para siempre,
con el beso y despedida de unos versos
magistrales que nos dejen la secuela
y la sonrisa de la vida.

Rafael Sánchez Ortega ©
Sierrallana, 30/04/14

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