MIENTRAS MIRO POR LA VENTANA...



Mientras miro por la ventana
veo correr las nubes en el cielo
y pienso en otras nubes grises,
de hace años, 
y en aquel viaje a la ciudad, 
apresurado e impaciente, 
para vernos.

Fue algo así como un huracán del alma
para abrazar la estampida de las olas
y dejar a las palabras en silencio
mientras las pupilas iban descorriendo
y desnudando los vestidos de la piel,
y dando paso a ese otro lenguaje
del tacto y los sentidos.

Las olas cercaban los corazones
y empujaban el mar hasta la playa
y hasta los acantilados de la costa
y, todo, por culpa del temporal embriagador
de aquel encuentro.

En un rincón habíamos dejado abandonados, 
y olvidados, los equipajes 
con los detalles y regalos
haciendo que los labios se buscaran 
y entregaran, sin descanso,
el sabor y el néctar de la vida.

Sin darnos cuenta entonces 
entramos en una espiral 
de sentimientos y pasiones
que se coló, profundamente, 
en nuestras almas
con aquella galerna y temporal
de olas y de sueños como si fuera
el colofón y la esperanza irreal
de dos suicidas.

Quizás debimos serenarnos,
tal vez pudimos tener el coraje 
que olvidamos al vernos,
pero no fue así,
y proseguimos en esa loca carrera
y en ese, entonces, interminable viaje
con los minutos y segundos hipotecados
en un reloj que corría en nuestra contra
y nos llevaba, sin remedio, 
al momento aquel del adiós apresurado
y la despedida.

Entonces volaron las nubes
y corrieron los corazones 
en una inmensa taquicardia,
y en un galope desenfrenado,
ya que el volcán del alma
precisaba dar vida a las sirenas
y a la sal, y a las anémonas 
de nuestras venas,
en ese inmenso caudal
de sentimientos que afloraban
en las pupilas.

Pero como las nubes, también nosotros,
debíamos correr y volar,
volver a nuestras vida,
buscar la libertad en la distancia
y encontrar el vacío de los dedos solitarios 
y temblorosos,
en esas manos tibias y locas
que siempre recordarían aquel instante
y aquellos momentos en que nos conocimos.

Rafael Sánchez Ortega ©
13/11/17

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