UN DÍA DE AQUEL VERANO...



Un día de aquel verano
llegó un puñal a mi espalda
con la noticia funesta
que yo, tal vez, esperaba.
Fueron momentos de infarto,
de nerviosismo y de rabia,
de preguntar muchas veces
por los motivos y causas.
Pero los cielos negaron
esas respuestas clamadas,
y los renglones sencillos
con que el destino nos trata.
Tuvo que ser la paciencia,
con la pupila mojada,
la que venciera los miedos
y se enfrentara a la parca.

-¿Es la hora, -yo le dije-,
de cortar con tu guadaña,
este hilo que aquí pende
y llevarme ya en tu barca?
¿O es momento de la prueba,
de asumir que no soy nada,
y embarcarme en sufrimientos
de una vida sin mañana?

El silencio, por respuesta,
fue una voz en la alborada,
y el deseo inalcanzable
de esa vida que se marcha.
Yo viví aquel día a día
con el alma desgarrada,
no sabiendo a ciencia cierta
los motivos de mis lágrimas.
Porque estaba sentenciado
por las dudas, con sus garras,
y ante el cielo, tan altivo,
que ignoraba mis palabras.
Aún no sé cómo se dice
pero quiero dar las gracias,
a ese Dios que va conmigo
y consuela mi nostalgia.

-No te quejes, -me decía,
con la voz del Niño sabia-,
ya que hay seres en el mundo
que no aprecian esta carga.
Pero aparta ya tus miedos,
no pierdas la confianza,
tú eres parte de un poema
y una línea inacabada.

No entendí lo que me dijo
esa voz, en la distancia,
y aquí estoy, tras muchos meses
con un halo de nostalgia.
Fueron horas y minutos,
fueron días y semanas,
deshojando margaritas
y quitando mil legañas.
Y este tiempo transcurrido
no lo olvido ni se escapa,
ni tampoco a las personas
que me ayudan y me aman.
Hoy sonrío a los amigos
por las calles y las plazas,
mientras llevo entre las manos
una rosa inmaculada.

"...Un día de aquel verano
sentí dentro mucha rabia,
despertando de mil sueños
y dejando atrás la infancia..."

Rafael Sánchez Ortega ©
01/11/17

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