ME ARAÑASTE, GATITA TRAVIESA...


Me arañaste, gatita traviesa,
y clavaste tu garra en mi mano,
una gota de sangre muy roja
se extendió, por mi dedo, temblando.

Yo sentí que quemaba, sin fuego,
una llama de besos y labios,
y mi sangre manaba de prisa
y el dolor parecía el de un dardo.

Una flecha clavada en mi dedo,
una garra inocente y con garbo,
una dulce, quizás carantoña
que cambió tu bigote tan blanco.

Yo juré, como juran los hombres,
y temblé, como un niño asustado,
y corrí a lavar esta herida
con el agua que deja el lavabo.

Me arañaste, gatita traviesa,
y sentí el dolor de tus garfios,
esas garras, quizás diminutas
y que usaste, sin duda, jugando.

Yo caí en tus garras, "michina",
por jugar a ese juego tan largo,
de esconderte mi mano y la pluma
y trazar en el aire un reclamo.

Pero tú que sabías mis juegos,
arañaste la piel sin dudarlo,
y corriste, después, asustada
hasta el viejo sofá de aquel cuarto.

¡Cuánto miedo llevaban tus ojos
a los míos que estaban rezando!,
¡cuánta nota de luz y alegría
se murió, sin dudar, en el acto!

"...Me arañaste, gatita traviesa
y yo sé que el dolor no es en vano,
porque tú te acercaste hasta el niño
con dolor y cariño mezclados..."

Rafael Sánchez Ortega ©
17/12/14

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