REMINISCENCIAS XVI



XVI

Puedo ver aquel hombre, en la distancia,
que miraba las aguas y las tardes
intentando arrancar unas respuestas
a la vida.
Y le veo en la arena de la playa
con la vista clavada en el vacío,
más allá de horizontes y fronteras.

Era un joven de nobles sentimientos
y cargado de amores y pasiones,
en un tiempo tan nuevo y renovado
que surgió, con razón y con protestas,
de aquel mayo francés tan recordado.
Y le veo mirando hacia el futuro,
sin pensar en recuerdos ni en saudades.

En su alma no tiemblan margaritas.
No hay laureles ni lirios encantados.
Sólo el pulso le tiembla dulcemente
en un pecho que grita y que se ofrece
a emprender la batalla de unos años
diferentes,
de un amor que precisa y que desea,
de unos labios reales y calientes,
de unos ojos que hablen sin descanso,
de unas manos que vengan a las suyas,
de unos senos que tiemblen al rozarlos...

Porque ansía la vida como nadie
y la quiere vivir aquí y ahora,
sin pretextos ni halagos y promesas,
porque tiene el presente en su mirada
y en su aliento,
y el futuro, se le antoja tan distante
y muy lejano.

Él se siente, en verdad, un extranjero.
Un muchacho real y diferente,
en un mundo de locos y de cuerdos,
donde sueña el romántico sin casa,
donde estudian los niños en la escuela,
donde se hace la vida en la cocina
y en la mesa se asumen las verdades.
Es un dogma vivir de esa manera,
un ritual el estar sin cuestionarse,
y los hombres trabajan y descansan
en un mundo que sigue arrinconado
a prejuicios y antojos del pasado.

Es por eso que intenta romper
esas cadenas invisibles
que le atan a un mundo caducado,
y volar con sus alas de colores
al presente y al hoy que se le ofrece.

Pero sabe también, y es muy consciente,
que la vida se forja día a día,
que se ama y se odia en un instante,
que el suspiro fugaz de las alondras
puede hacer que se rompan los cristales
de los sueños.
Y si sangran los pechos malheridos,
es posible que muera la esperanza,
que se agote en los labios las preguntas
y que nadie responda a las llamadas.

Es por eso que, el hombre soñoliento,
extranjero del pueblo y de su patria,
se cuestione, sin duda, tantas cosas
y hasta piense que vive de regalo.

Rafael Sánchez Ortega ©
31/05/14

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