UTOPÍA.




El hombre despojóse de su alma
y también de la conciencia,
que llevaba inseparable
con su cuerpo.


Dobló las dos con gran cuidado
y se volvió a la mujer desnuda
que en el lecho le esperaba.


Sus ojos se nublaron, cuando en ellos,
una lágrima traidora
le trajo referencias de un recuerdo
del pasado.


Pero sólo fue un momento,
una ráfaga de tiempo,
que volvía estremeciendo
los sentidos.


Ella estaba allí, desnuda
y esperando sus caricias.


Cerró los ojos ante la niebla gris
de los recuerdos y se inclinó
hacia el cuerpo que esperaba,
hacia la piel temblando
que aguardaba los escritos de sus dedos,
hacia el pezón sensible que pedía
la caricia permanente en ese diálogo
de amor y sin palabras.


El hombre quería dar, lo que pedía,
al cuerpo de mujer,
pero quería compartir también
sus emociones;
oír el eco inconfundible de las almas;
de esa alma que esperaba y que temblaba
por la ausencia de los dedos en su cuerpo,
por el labio que saciara los latidos
de sus labios,
por el beso que llegara hasta su sexo
y le absorviera dulcemente.


El hombre suspiró tras la pasión
y la ceguera del deseo compartido;
volvió a vestirse, nuevamente,
con su alma y su conciencia,
y el humo gris del abandono,
apareció, de pronto, con el alba.


Tenía que volver y regresar
hacia su orden natural,
hasta el rincón aquel,
que humanamente disfrutaban
sus sentidos
y donde la soledad se juntaba
con los sueños,
en una cruel y real estampa
de ficciones y utopías.


Atrás quedaba la mujer, en aquel lecho
compartido, inclinada a su costado
y buscando con sus manos a ese cuerpo
que escapaba, que salía de su vida
y la dejaba con la miel y la sonrisa,
en un letargo inconfundible de placer
y de deseo.


Rafael Sánchez Ortega ©
31/07/12

No hay comentarios: