INDOLENCIA.


Estoy ante una mesa perezosa
con bandejas y papeles.
Hay en ella un sopor incontrolado,
una especie de caricia que te invita
y que reclama en un susurro, sin palabras,
a que sientas en tus dedos esa hermosa fantasía,
ese sueño que comienza al recorrerla muy despacio.

Un teléfono callado permanece enmudecido y silencioso
y está ahí, tras los papeles,
y a la sombra de una luz que parpadea.

Yo presencio todo esto y no sé ni lo que pienso,
pues no estoy en esa mesa
y mi vista se desplaza a través de la ventana
por el cielo, que nuboso, me contempla
más allá de los tejados
de las casas y la iglesia.

Unas nubes se pasean indolentes
sin saber ni qué decirse en un diálogo de sordos.
Unas ramas, en los pinos, se columpian
con la brisa que les llega en un baile sin orquesta.

Y este cuadro que ahora vivo y que contemplo
me subyuga y me adormece
y hasta el alma se me encoge por desidia,
sin saber ni lo que escribo.

Me levanto de la silla y doy dos pasos
caminando hacia la puerta;
pero entonces el telón del primer acto
se desplaza en un instante y me transmite,
con un péndulo oscilante, que es la hora,
que ha acabado la jornada,
que me espera una cocina y unos platos
para dar así, un motivo de sosiego y de reposo
a este cuerpo, tan cansado, que se duerme...

Es invierno y es enero simplemente.

Rafael Sánchez Ortega ©
29/01/13

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