IBAN QUEDANDO ATRÁS TODOS LOS PASOS...



Iban quedando atrás todos los pasos
y hasta la oscura huella de los mismos
se perdía en la distancia.
Ya no miraba esas señales,
que como gotas frescas del recuerdo,
señalaban que había cruzado esos caminos,
esas sendas,
y que las nuevas pisadas apuntaban
a un terreno aún sin pisar,
un mundo nuevo donde se encaminaba,
un lugar donde pretendía encontrar
ese abrazo invisible,
ese labio que calmara su labio
y ese beso que refrescara su alma.


Atrás quedaban las ciudades,
los pueblos y las aldeas.
Las calles tantas veces transitadas,
las fuentes cantarinas con sus caños,
las plazas silenciosas en la noche,
las ventanas con la luz parpadeante,
las chimeneas ahora apagadas,
los muñecos de trapo de la infancia
guardados en los desvanes,
los cometas arrinconados
en la estantería del garaje,
las mariposas dormidas
en esta primavera que no acababa de llegar.


Pero también quedaban los sueños rotos,
los cristales en el suelo,
la carne ajada y sufrida, tantas veces lacerada,
las heridas sin sangre en el costado,
la palabra incumplida,
la promesa que no fue más allá de los labios,
el suspiro ahogado y...
¡tantas cosas que ahora mismo le venían a la cabeza!.


El vagabundo lloró y sus lágrimas se mezclaron
con el barro y la nostalgia.
¡Había tanto que decir!... pero ya no tenía tiempo.
Debía seguir,
debía buscar la claridad y la luz
tras esas lágrimas traidoras.
Debía encontrar el oasis tras el desierto
y en él, ese manantial donde descansar y beber,
y debía mirar bien, en el espejo del pozo cristalino,
para ver si allí estaban la luna y las estrellas
que buscaba.


Rafael Sánchez Ortega ©
10/05/12

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