DIVAGACIONES.


A veces te inclinas a mirar por la ventana
y luego te arrepientes y te dices muchas cosas.
Por ejemplo que pudiste ser iluso e indiscreto
y hasta un poco pretencioso.


No se deben publicar los secretos de las almas
y tampoco intentar que éstas te hablen
y te digan sus secretos, si no quieren.
Por eso lo mejor es caminar siempre adelante,
mirar y saludar a quien nos mira y nos saluda.
Al sol que se levanta cada día,
al hombre que camina por el campo a su trabajo,
al pájaro que canta entre las ramas del jardín,
al perro del vecino que nos mira y nos asusta
en sus ladridos,
al niño que camina con sus libros al colegio
y al ser que se refleja en esa estampa
de la charca, tan helada, que ahora cruzas.


Sin embargo no te sientes bien a gusto
con mirar y remirar por los rincones de la vida.
Necesitas esa dulce suavidad de los objetos
que te diga y te transmitan su calor y sus latidos.


Así el frío de la noche se te acerca sin palabras
y penetra en tu costado, en tu pecho,
donde toca y donde pulsa esa cuerda de tus miedos,
esa fibra tan sensible de tu alma
que recela y que se excita,
que levanta las pasiones más furiosas que tú guardas
y que hace que las olas que te embargan los sentidos
cobren vida y cobren fuerza
y que grites al Dios vivo, que está ausente,
que te lleve hasta su lado,
que te quite ese peso y esa carga que soportas,
que refresque los rincones de tus labios agrietados
y sedientos
y te deje con el niño que tú eres,
simplemente con tus sueños y en el lecho.


Rafael Sánchez Ortega ©
06/03/12

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