ERA UNA CASA...


Era una casa de color oscuro
y era una puerta que cerrada a cal y canto
impedía el paso a las personas
y también al viento y a la lluvia.
Era una casa abandonada que pedía
que alguien se acercara
y buscara entre el calor de sus paredes
ese hálito de vida que un día tuvo
y que quizás latía en sus entrañas.
Era una casa oscura y vieja,
una casa dejada por sus dueños
como guardiana celosa de recuerdos
y de un tiempo del pasado.
Era un espacio muerto y detenido,
una sangre congelada,
una voz cortada entre otras muchas,
entre viejas paredes desconchadas,
y con un suelo de madera carcomido
y cubierto de polvo.


Pero la casa estaba cerrada y bien cerrada
y no se podía acceder a ella.
Tan sólo se podía pensar lo que tenía dentro,
lo que podría haber tras esa puerta tan cerrada,
y la imaginación se desbocaba,
discurría sensaciones y sucesos,
imágenes de salas y de cuartos,
de cocina abandonada,
de mesa puesta y esperando a comensales
y de cuadros torcidos en las paredes,
con un pasillo largo e interminable
que la cruzaba y donde, en un tiempo,
pudieron correr los niños
y jugar con sus juguetes.


Era una casa de color oscuro,
una casa abandonada,
una casa solitaria entre otras muchas,
con una larga escalera de madera
que accedía hasta su puerta.
Era una casa con las ventanas cerradas,
los balcones fuertemente atrancados
y en el tejado una chimenea proporcionada
que en un tiempo ya lejano
fue la válvula de escape de los humos
de una cocina que ahora dormitaba en el silencio.
Allí, y en un armario, descansaban los platos,
las tazas, los utensilios de comer
y hasta es posible, que las viejas prendas
y utensilios del menaje...


Pero era una vieja casa abandonada,
sola y triste,
una casa polvorienta y arrugada,
una casa solitaria que esperaba una caricia solamente.


...Cuando la vi me dije:
"Es una casa abandonada, pero es encantadora
por toda esa vida que contiene en sus entrañas"...


Rafael Sánchez Ortega ©
08/03/12

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