UNOS NIÑOS, JUGANDO, ME SALUDAN...


Unos niños, jugando, me saludan
y yo a ellos devuelvo mi saludo,
un gorrión nos contempla desde un árbol
mientras mira ese gesto muy astuto.

Es quizás una simple sutileza
y no va más allá de ese saludo,
más los niños lo dicen sonriendo
en un tiempo sin miedos ni conjuros.

Yo recuerdo mis años juveniles
en que yo saludaba a todo el mundo,
y recuerdo a los hombres que pasaban
que también aportaban su concurso.

Aquel tiempo pasó, sin darme cuenta,
y corrieron los años muy confusos,
las personas nos fuimos distanciando
y fruncimos los ceños, taciturnos.

Se perdieron las frases biensonantes
persiguiendo la estela con el humo,
de una falsa y sutil hipocresía
en las almas cazadas en renuncio.

Y perdimos valores ejemplares
pregonando proclamas del futuro,
que al final se quedaron en quimeras
de los hombres perdidos en su orgullo.

¿Cuántas veces sonaron las alarmas
anunciando apartarnos de esos usos?,
¿Cuántas veces comimos esa fruta
paladeando la misma con disgusto?

Yo no sé, ya he perdido muchas cuentas
y esta vez al pasado no lo juzgo,
sólo sé que han pasado muchos años
y aquí sigo, muy dentro de estos muros.

Es mi vida de anciano vacilante,
la que pide a los cielos un indulto,
y me viene, quizás en esas frases
de unos niños que envían un saludo.

Un saludo que llega y estremece
un adiós que es apenas un murmullo,
una mezcla de infancia y primavera
que me inunda de amor en su conjunto.

Rafael Sánchez Ortega ©
13/03/12

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