QUISIERA CONFESARTE MIS PECADOS...


Quisiera confesarte mis pecados,
no es mucho lo que tengo que decirte,
no sé como empezar, pues tengo miedo,
quizás con las pasiones juveniles.

Nacieron en el cuerpo sin pedirlas,
vinieron solitarias e invisibles,
corrieron por la sangre de mis venas
jugando y disfrutando sus festines.

Llegaron sin llamar una mañana,
volando sin cesar como los buitres,
buscaban la delicia de mi alma
austera y juvenil en el pupitre.

Yo estaba contemplando a la maestra,
(princesa singular con ojos grises),
su pecho suspiraba intensamente
perdida la mirada inaccesible.

Y entonces nuestra brisa del nordeste
el seno la encogió con mil matices;
absorto todo aquello contemplaban
mis ojos todavía danzarines.

Un fuego recorrió todo mi cuerpo,
y entonces comprendí lo que es ser libre,
la eterna sensación del ser humano
que quiere más allá de lo imposible.

No es malo desnudar a nuestras almas
y menos confesarle los sentires,
lo malo es confesar que esos pecados
lo fueron sin razón y sin origen.

Hablamos de venganzas y rencillas,
de velos que corrimos infelices,
de rostros y miradas ultrajados
de niños tan ausentes y tan tristes.

Hablamos de mendigos que pedían
limosnas con sus manos tan sensibles,
de enfermos suplicando la mirada
y labios marchitados, sin melindres.

Por eso yo quisiera confersarme,
decirte todo aquello que me aflije,
sacar el peso amargo de mi alma
y hacer que sin el mismo, ella camine.

¡Oh dulce corazón que bien me escuchas,
perdona mis pecados y deslices,
y déjame buscar entre tus labios
el beso y el amor que me ofreciste!

Rafael Sánchez Ortega ©
13/07/12

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