RECUERDO AQUELLA TARDE EN LA ALAMEDA...


Recuerdo aquella tarde en la alameda;
llovía y tú llegabas con tu paso.
Venías resguardada en un paraguas
y el rostro, como siempre, arrebolado.

Nos fuimos a un café que estaba abierto,
buscamos un asiento y nos miramos,
gozaron nuestros ojos, nuevamente,
y hablaron sin palabras nuestros labios.

Caía la garúa de mi tierra,
las gotas diminutas con su llanto,
la dulce sensación que la neblina
ofrece muchas veces los veranos.

Temblaban tus ojitos soñadores,
temblabas con el vaso entre las manos,
temblaba el corazón que allí latía
y el labio soñoliento y sin cigarro.

Tomamos el café y, ya respuestos,
nos dimos un silencio y un descanso,
miramos a través de los cristales
la plaza, la alameda y los tejados.

Estábamos tan cerca en esa tarde,
unidas las dos almas sin reparo,
mirando como entraban los clientes,
cuando otros desfilaban calle abajo.

Repuestos, nos salimos a la calle,
cruzamos la alameda, entre los bancos,
subimos la calleja de la cuesta
con viejos canalones goteando.

Buscamos el amparo en la capilla,
en medio de las sombras y el sagrario,
rezamos, una salve y la plegaria,
y unimos los dos labios, sin dudarlo.

Es bello recordar esos momentos,
instantes deliciosos de un pasado,
minutos compartidos de la vida
que vuelven con la lluvia, en un abrazo.

Es tierno recordar al ser querido,
aquel que despertó nuestro letargo,
haciendo de los días y las noches
un templo del amor nunca soñado.

Rafael Sánchez Ortega ©
15/07/12

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